El corrector ortográfico, la herramienta inútil

Por Jaime E. Dueñas M. - Si usted compra una libra de azúcar para preparar merengues, pero resulta que en vez de endulzar, sala la mezcla, seguramente no va a usar más ese ingrediente; al menos, no la misma marca. Si usted va en su carro y gira el timón hacia la derecha, pero resulta que el vehículo voltea hacia la izquierda, no tardará más que una esquina en llegar a la conclusión de que la dirección no sirve.

No entremos en detalles de los reclamos al fabricante y otros procesos posteriores: lo primero que uno hace cuando una herramienta no funciona es, al menos, evitar usarla. Sucede con cualquier cosa: si la píldora para el dolor de cabeza le produce un dolor más intenso, o si la pastilla para la garganta se la irrita más, usted deja de usar cualquiera de los dos medicamentos.

Claro, hay ocasiones en las que una herramienta que falla puede servir como excusa: “Ay, qué pena haber llegado tarde, pero este reloj se me atrasa”… Conste que no dije que fuera una buena excusa: si el reloj se atrasa y lo hace llegar tarde, ¿para qué lo usa? ¿Por qué no compra otro? ¿Por qué no llama al 117?

Y creo que lo mismo sucede con el corrector ortográfico: si en lugar de evitar que cometa errores lo hace cometer otros, ¿para qué lo usa? ¿Por qué no lo desactiva? En la mayoría de los casos, creería yo, porque sirve de excusa.

No sé si quienes utilizan este pretexto lo hacen de forma consciente y premeditada o si simplemente se volvió una frase de combate, de esas que la gente dice mecánicamente, sin pensar; pero no entiendo por qué la gente sigue usando el corrector ortográfico si le cambia o le escribe “palabras que no son”.

No tiene autodeterminación
En defensa de la herramienta, lo primero que debo decir es que no cambia nada que el usuario no pueda controlar. En su nivel más básico, el corrector ortográfico marca errores, sin hacer cambios; luego, sugiere alternativas que el usuario puede aceptar o rechazar; finamente, reemplaza palabras, siempre y cuando haya sido programado para tal fin en el dispositivo en el que funciona (sea un computador, una tableta o un celular inteligente).

Suele haber ajustes predeterminados -como la combinación (r) que hace aparecer el símbolo ®, o la (c) que se utiliza para que aparezca ©-, pero también se pueden desactivar. La verdad es que no me explico por qué el corrector ortográfico en el computador de mi oficina estaba configurado para cambiar York por Cork, de manera que en mis primeros días como periodista escribí textos en los que mencionaba el nombre propio de la Gran Manzana, pero llegaban a mi editor como Nueva Cork. Así es que me fui a la configuración del corrector ortográfico y eliminé ese cambio automático.

En mi celular uso abreviaturas que el sistema convierte en palabras completas, porque lo ajusté explícitamente para que lo haga: wa se convierte en WhatsApp, fb se transforma en Facebook, twd muta en The Walking Dead (ese es un ajuste que funciona por temporadas), tb me evita tener que escribir “también” y jmail escribe mi dirección de correo electrónico, entre otras.

Pero, de todas maneras, el dispositivo me permite no emplear la palabra programada, si resulta que por alguna casualidad tengo que escribir una frase en la que “twd” tenga algún significado diferente al de la serie de los zombis.

Y en caso de tener una duda que ni el teléfono ni yo podamos resolver, recurro al diccionario, como lo hice hace un minuto para asegurarme de que el plural de zombi es zombis y no zombies (digo, por si a alguien le quedó la duda).

Lo siento, la culpa es suya
El corrector ortográfico no hace nada que el usuario no pueda controlar, evitar o deshacer. Ni siquiera el de un compañero que hace años, víctima del afán por la hora del cierre de su edición diaria, les dio ‘Aceptar’ a todas las sugerencias de palabras que el corrector le hizo, antes de pasar una nota a impresión, sin fijarse si la recomendación era correcta o no.

El resultado fue desastroso, en particular para los nombres propios de las personas mencionadas en el texto. Y claro, la primera reacción de defensa fue “la culpa fue del corrector”, pero resulta que no: la culpa fue del redactor, por pegarse del botón ‘Aceptar’ sin revisar.

Y ahora que los sistemas de mensajería instantánea parecen ser el medio preferido de los usuarios de teléfonos celulares para comunicarse entre ellos, el pobre corrector se convirtió en el chivo expiatorio… (iba a decir “de la bestialidad”, pero tal vez resulte una palabra un poco fuerte; digamos, mejor) del desconocimiento y falta de habilidad de muchos de ellos para usar el idioma… o el dispositivo.

Puedo decir, sin lugar a muchas dudas, que en la batalla de los teléfonos inteligentes, prácticamente todas las marcas están resultando serlo más que los usuarios. Porque si resulta que alguien quiere escribir una palabra y el celular escribe otra, la culpa no es del aparato.

En mi computador personal tengo activada la detección de errores del procesador de palabras, para que subraye aquellos términos que ‘le generan dudas’. Porque no puedo negar que cuando uno escribe y edita muchos textos, no cae mal una ayuda informática extra. Pero la decisión final de cambiar o no una palabra ES MÍA, no del portátil. El corrector es una herramienta de apoyo, no un reemplazo para mis responsabilidades. Y salvo la herramienta para reemplazar palabras que mencioné antes, mi celular tiene desactivadas las opciones de corrección ortográfica y de predicción de texto.

En otras palabras, si ustedes encuentran un mensaje de texto o de correo electrónico, una publicación en redes sociales o un artículo mío en el que aparece un error, pueden tener la seguridad de que ese error ES MÍO, no del teléfono, ni del procesador de palabras, ni del computador. Y si llego tarde a una cita, la culpa suele ser mía, no del reloj ni del trancón, porque yo debería calcular los tiempos de desplazamiento contemplando el desastroso tráfico de la ciudad, para que las excusas sean la excepción y no la regla. Capítulo aparte merecen las frecuencias de algunas rutas del SITP, pero bueno… ese no es tema para este espacio.

Si no sirve, que no estorbe
Ya para finalizar, les hago una recomendación a los lectores, de esas que no van a aceptar, pero que al menos tranquiliza mi conciencia, porque no pueden decir que nadie se lo dijo: desactiven el corrector ortográfico y el mecanismo de predicción de texto de sus dispositivos; al menos, el del celular. No es difícil hacerlo, a través del menú de configuración del equipo.

Si no quieren hacerlo porque es una “herramienta útil”, a pesar de ser el responsable de la mayoría de errores que ustedes cometen, entonces dejen de quejarse porque les reemplaza o les escribe “cosas que no son” y, más bien, aprendan a usarlo bien.

Y si al final solo lo usan como excusa porque lo que ustedes no saben usar es el idioma… bueno, no sé si alabar el hecho de que tengan un celular más inteligente que ustedes o su valor para admitirlo.
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