De la empelotada y otras actividades sociales

Columna de opinión de Jaime E. Dueñas M.Por Jaime E. Dueñas M. - Hace un tiempo, conversando con un amigo sobre las características de la mujer ideal para entablar una relación formal, mencionaba yo en el no muy amplio listado de condiciones básicas (que sea responsable, fiel, educada y otras cosas mínimas) que no hubiera salido empelota en SOHO.

Mi amigo me miró con sorpresa: “¿No le gustaría una mujer como las que salen en SOHO?” (realmente dijo “una vieja”, pero el término suena un poco despectivo). Y bueno… puede que me gusten COMO las que salen en esa y en otras publicaciones, pero la verdad es que ya en el cuarto piso, mi concepto de intimidad limita a dos personas ciertas actividades que hoy son públicas, como la empelotada.

Por eso, quizás a mí me sorprende más que a otras personas el hecho de que Internet y las Redes Sociales estén acabando con la intimidad. Y no por la fuerza: como siempre, me refiero a estas manifestaciones de la evolución tecnológica como los instrumentos para que no sé qué condición del ser humano actual explote, y se encuentre uno en la Red cosas que antes solo aparecían en los diarios íntimos que permanecían bajo llave en algún lugar que su propietario considerara seguro.

Hace poco, una amiga muy querida me calificó como prejuicioso porque no quise conocer a una niña que quería presentarme, porque al hacer una búsqueda en Internet me encontré un blog de la susodicha en el que relataba el fracaso de su última relación amorosa con un sujeto al que no bajaba de troglodita.

Prejuicioso, digo yo, si le hubiera dicho que no salía con su amiga porque era psicóloga y debía estar loca (eso es un prejuicio) o porque estudiaba artes y seguro metía marihuana (eso es otro prejuicio) o porque era hincha de Millonarios y seguro terminábamos agarrados (eso tiene más sentido, pero no deja de ser un prejuicio). Pero leer un blog en el que detalla cosas que para mí corresponden a la intimidad de su relación con el troglodita… eso es un juicio a posteriori, no un prejuicio, de una conducta a la que no quería exponerme.

Por favor, no me malinterpreten: no tenía yo la intención de portarme como un troglodita con la muchacha, pero tampoco me hubiera parecido apropiado aparecer en su blog, así hubiera sido para destacar cómo el protagonista de 50 sombras de Gray palidece ante mi abnegación como novio.

Algo le pasa a la sociedad actual para que la gente tenga que recurrir a internet para desfogar sus sentimientos, para hacer públicos actos, situaciones o circunstancias que hace no mucho eran parte de la vida privada de las personas o que uno no revela por simple seguridad.

Si yo trabajara en el departamento de recursos humanos de una empresa, buscaría el perfil de Facebook de todos los aspirantes a un cargo (como entiendo que hacen hoy algunas compañías) en busca de publicaciones que hagan evidentes actitudes o conductas que quizás se pasaran en la entrevista o en el análisis psicológico del candidato. Y lo primero que me sorprendería sería encontrar perfiles completamente abiertos al público, como los que me encuentro a veces cuando Facebook me sugiere un contacto que no me parece conocido.

Claro: gracias a Facebook y a otros recursos del ciberespacio he recuperado contacto con antiguos amigos y compañeros del barrio, del colegio y de la Universidad; he mantenido vivas relaciones que seguramente en otras circunstancias habrían muerto; he tenido la oportunidad de conocer gente.

Y si bien seguramente cometí algunas imprudencias mientras adquiría experiencia en el manejo de mi vida en el ciberespacio, también he tenido la oportunidad de aprender a valorar más el respeto por mi privacidad, por mi intimidad.

Por eso, si alguna vez me ven por la calle con una mujer COMO las que se empelotan en SOHO, puede ser que solo seamos amigos, que las cosas que nos competen solo a los dos se quedan entre los dos, incluida la empelotada, o simplemente que usted no tarde mucho en despertarse.
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