El regreso de las panelas

Por Jaime E. Dueñas M. –

El regreso de las panelas

Vuelven al ruedo los celulares gigantes que no caben en los bolsillos, pero ahora sirven para mucho más que solo hacer llamadas. 

Hubo un tiempo en el que tener un teléfono celular grande era motivo de burla. Panelas, les decían –o les dicen– en Colombia. No sé si en países donde este bloque dulce elaborado a partir del jugo de la caña de azúcar recibe otro nombre les digan raspaduras, piloncillos o chancacas.

El sobrenombre se hizo popular cuando fabricantes preocupados por la incomodidad que representaba cargar un dispositivo enorme entre los bolsillos o entre las carteras decidieron crear teléfonos celulares pequeños. Entre más pequeños, mejor. Al final de cuentas, entonces los teléfonos solo servían para hacer llamadas y un par de funciones más.

Por esa época (unos muy lejanos 5 o 10 años atrás), el celular no servía para navegar por Internet a velocidades incluso superiores a las que se lograban mediante una conexión residencial, como sucede hoy día, de manera que las pantallas no tenían que ser mucho más grandes que lo necesario para ver si uno había marcado bien un número o para leer un mensaje de texto que, de todas formas, no era una pastoral… eran… ¿Cuánto? ¿Menos de 300 caracteres?

Entonces, cuando alguien sacaba un celular que sobresalía de la palma de su mano, comenzaba la lluvia de mofas.

Ahora, aunque más delgadas y estilizadas, las panelas se volvieron a poner de moda, gracias a que los teléfonos inteligentes son cada vez más inteligentes y menos teléfonos. Ahora que los planes de datos son los reyes del mercado, lo digno de burla es un teléfono celular que no permita navegar por la red; por consiguiente, su tamaño debe ser suficiente para ver con comodidad los sitios que se recorren con la ahora más popular tecnología 4G.

Apple, especialista en matar tecnologías antes de tiempo para reforzar su imagen de innovadora, esta vez tardó alrededor de un año en darse cuenta. En el 2013, para la empresa de la manzana no se necesitaban pantallas más grandes que la del iPhone 5 para satisfacer los requerimientos de los usuarios. Eran 4 pulgadas, que ya eran más grandes que las de los modelos anteriores de la compañía, pero que lucían pequeñas frente a las de la competencia, encabezada por Samsung y sus teléfonos inteligentes con pantalla de 5 pulgadas y más.

“¿No qué no?”, dicen los detractores de Apple para burlarse de la lenta reacción de la empresa. Y pues, al final sí. Pero supongo que a Tim Cook (CEO de Apple) y su equipo los chistes les pasen por encima, cuando en las primeras 24 horas de preventa, la compañía vendió 4 millones de unidades de sus nuevos iPhone con pantalla grande: el iPhone 6 (4,7 pulgadas) y el iPhones 6 Plus (5,5 pulgadas).

En el 2013 yo estaba de acuerdo con Tim Cook. Me parecía ridículo ver gente recibiendo llamadas por un dispositivo que no solamente sobresalía de la palma de su mano, sino de su cabeza. De hecho, el iPhone 5 ya me parecía suficientemente grande como para cargarlo con comodidad en el bolsillo del pantalón, su refugio natural.

Además, la paranoia me ha llevado a pensar en el tamaño del teléfono como un asunto de seguridad personal, en particular en ciudades como Bogotá, donde literalmente matan por un celular. Entre menos bulto haga, entre menos se note, mejor.

No está bien que un Alcalde lo diga, pero tenía razón Gustavo Petro cuando dijo que la mejor manera de evitar el robo de celulares es no sacarlos por la calle. Por eso me causó tanta gracia la noticia de la instalación de puntos Wi-Fi en las estaciones de TransMilenio. Promover el uso del celular en el sitio donde más se los roban es como llevar reses al matadero; es como poner un cajero electrónico en la calle del cartucho. Pero bueno, así funciona esta ciudad.

Hoy veo personas que sacan el teléfono inteligente o incluso la tableta con bastante tranquilidad en los buses del SITP. A lo mejor se sienten más seguras que en el transporte público convencional, aunque a veces allí también veo gente que atiende sus llamadas en teléfonos caros. No sé si es gente muy confiada, si da mucha papaya, si tiene mucha suerte o si simplemente tiende una trampa para ver si alguien más saca un ‘teléfono inteligente en un bus atestado por la carrera 30… Paranoia, ya lo dije.

Cuando usaba un iPhone 4, el tamaño del 5 no me parecía un argumento importante para cambiar de modelo, como sí lo fue la entrada al país de la tecnología 4G. Ahora que por ese motivo tengo un iPhone 5c, el tamaño del 6 y del 6 Plus siguen sin parecerme un argumento suficiente para actualizarme, como tampoco lo fue el tamaño de los modelos de Samsung, marca respetable con cuyo sistema operativo no soy compatible.

Sin embargo, la tendencia es clara: volvimos a la era de la panela. De una panela delgada, estilizada, multifuncional, inteligente, con la que hay que andar con cuidado en sitios públicos y que cada vez se usa más para navegar por la red y menos para hacer llamadas, pero que cuando presta ese servicio sobresale de la cabeza de los usuarios… Muy bonita y todo, pero panela (piloncillo o chancaca), al fin y al cabo.
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